sábado, 30 de abril de 2016

Bicicletas flechadas

-Mi primer amor- 

Nueve y diez años, amor de críos. El verano despunta; abrasador, casi tropical; hace del vacacionar un castigo interminable. Una vuelta en bici por el barrio, vacío, silente. Lo busco y allí está él, montado en la flamante acrobática. Guapo, guapísimo; el copete fiel al gel; tres pecas en la respingada nariz y un olorcillo a hombre artificial impregnado en la garganta desmanzanada. La sonrisa pícara vale un millón de palabras. Me mira, lo miro.

Mi nombre en sus labios sabe a caramelo de limón, dulce el encuentro y amarga la despedida. La explosión la siento en el estómago y el hormigueo en las manos – kata bum el amor llegó a mi puerta-. Olvido el calor sofocante por un momento y me concentro en sus ojos del chocolate más exquisito. Doy una probada y me escondo. Él ríe, atesoro el momento en un rinconcillo de mi memoria, río con él.

Amor de verano, inocente, apresurado. Primer amor, vago recuerdo, feliz pero lejano. Se llamaba Nicolás.

Alexa T.



Miércoles

Dos y media de la tarde, puntual en el óvalo. Plúmbeos morrales preñados de sabiduría escrita en la espalda; ataca una manada de gringos sedientos en Safari, nos abrimos paso -ese traía aretes, una mueca-, en la sabana miraflorina de otoño, hacia el parque -¿qué le miras?, ojitos matadores- sin encajar; no del todo, en esta ciudad de reyes locos, ¡Juana!  
La mano áspera, grandísima, fiel a mi cintura; amplia la sonrisa, sus ojos, dos perfectos reflejos del astro, la gama más fina de tonos; tan él, tan mío, indiscutiblemente mío. Es polo del mayor más el olor enteramente suyo, hombre en proceso, embriagante; olisqueo, él cuida. Verde y pasamos.

Y busco: mi modorra peluda ahí me espera, bajo la sombra, salva del calor; camiseta y pecho son uno solo, el sudorcillo los ha fundido; ganas de vivir a la vuelta y no a treinta más.

Un beso. Dos besos. ¡Mañoso, el cambista!; ansiamos rojo eterno;  la despedida, interminable. Se detienen los motores –chatarra ilegal sale a las calles-, marchamos: condenados al paredón de la separación. Tres besos, cuatro. El grave ardiente consume los últimos segundos –patrañas,  verdades-, pasaje en mano y el freno decisivo.


Adiós y hasta pronto, querido mío. 


Alexa T.

sábado, 1 de noviembre de 2014

We were just kids in love

Fue a los 9, que me enamoré por primera vez.
 
Por ese tiempo vivía en un acogedor condominio con mis padres y mi hermano en un distrito acomodado de la ciudad. Buenos tiempos, sin duda.
 
Éramos un grupo de mocosos entre 9 y 11 años, que se juntaba por la tarde en el pequeño parque interno. Fue en el verano del '08, que nos hicimos verdaderos patas y nos convertimos en protagonistas de mil y una anécdotas.
 
Por mucho que intente, no logro recordar sus nombres. A excepción de uno, claro. Sus rostros aparecen borrosos en mi mente y no dudo que en un tiempo vaya a olvidarlos del todo. Tengo una memoria malísima, por cierto...
 
En fin, se llamaba Nicolás. Era un año mayor que yo e iba a una de esas escuelas religiosas de la zona, cuyo nombre no me molesté en aprender. Salía después del almuerzo con su bicicleta de acrobacias y se la pasaba intentando truquillos que no siempre realizaba del todo bien. Pero le encantaba lucirse y a mí verlo.
 
Era guapo. Guapísimo. Tenía pinta de chico malo, pero ahí acababa la payasada. Gracioso, juguetón, tenía las cualidades que mis aún no desarrolladas hormonas buscaban. Me volvía loca verlo frente a mi puerta, esperando a que saliera.
 
El copete rebelde (ahora sé que era pura obra del gel) y la sonrisilla pícara, me dieron a entender desde el primer momento, que Nico era mi chico ideal. Suena ridículo, teniendo en cuenta que tenía 9 míseros años. Pero era verdad. No había sentido mi corazón latir tan fuerte jamás.
 
Nicolás vivía con su papá y su hermano mayor. Una víctima más del divorcio. En ese entonces no tenía una idea clara de lo que significaba y tampoco me atreví a preguntar. Su señor padre pasaba de los 50, lo que dio de hablar en nuestro grupo de amigos. Yo salí en su defensa y les dejé en claro a todos, que era algo completamente normal. Si me esfuerzo, aún puedo ver su sonrisa de agradecimiento.
 
Enero pasó. Era mediados de febrero cuando la ex vino de visita. El verano estaba por acabarse y, ¿qué mejor que darse una vuelta por su antiguo barrio antes de entrar a clases?  Sí, había vivido allí antes que yo y por una coincidencia de la vida su casa era ahora la mía. Oh sí, el mundo es muy pequeño. Y cada vez más.
 
Siendo sinceros, el término "linda" le quedaba corto. Yo era Quasimodo a su lado y por un momento temí con desespero por mi naciente relación con Nicolás. Solo diré que la pubertad había tocado muy pronto a su puerta y que con solo 11 años parecía una modelo de pasarela. Me era imposible competir con sus ojitos verdes y su dentadura perfecta. Todos mis amigos la adoraban, era excepcionalmente amable y risueña. Estaba claro: Nicolás y ella regresarían.

No fue hasta varios días después, que las aguas se calmaron para mí y mi corazón volvió a la vida. Estábamos solas en una de las destartaladas bancas del parque. Me asustaba que fuera a amenazarme. Aún recuerdo la conversación.

-Te gusta Nico- no era una pregunta. Las esmeraldas en su rostro me observaron con atención.

-Claro que no- procuré que la respuesta sonase convincente. Esto de mentir no se me daba muy bien.

-No puedes engañarme- su tono era férreo.

Me tenía atrapada. Rayos.

-Bien, tal vez un poco.

Rió.

-También le gustas- contestó seria-. Me lo dijo.

-Mentirosa.

-Te lo juro.

-¡Pero si le gustas tú!

-No, ya no. Piensa que eres linda.

De acuerdo, quizá no haya dicho eso último. Como ya dije, tengo una memoria pésima.

-¿Piensas que es verdad?

-Sí, y hacen buena pareja.

Después del acontecimiento nos hicimos grandes amigas. El cuerpazo ya no me intimidaba y sentía que podía contarle lo que sea. Entre Nicolás y yo hubieron progresos, en el sentido que lo pillaba, de cuando en cuando, mirándome a hurtadillas. Sacaba la bicicleta cuando yo llegaba al parque y hacía de todo para impresionarme. Fueron de los mejores días de mi vida.

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Nos mudamos de improviso poco después del regreso a clases por cosas que no puedo contar. Nunca me despedí y está demás decir que jamás volví a verlo. Á través de los años lo lloré más de una vez y sigo lamentándome hasta el día de hoy, no haberle dicho adiós. Fue mi primer amor y es ahora que me doy cuenta, que verdaderamente lo amé.

Pero bueno, hay un dicho en inglés que dice: Shit happens. No estoy segura, si algún día volveré a verlo; si lo reconoceré o si él me reconocerá a mí.
Se lo dejo al futuro. Hasta entonces, seguiré alerta. ¿Quién sabe? Quizá nuestros caminos vuelvan a encontrarse. La esperanza en lo último que se pierde...¿o no?


-Alexa T.